Una
vez creí que andar con ese grupito de gente que siempre tiene a alguien para
hacer alguna locura de la cual reír sería divertido, pensé en ese entonces que
siendo una persona tan introvertida, tan vanidosa, tan callada y orgullosa,
haría que no me afectasen esas locuras, me permitiría reírme de ellas desde el
lado de afuera, que tonto error el mío.
Poco a poco empezaba a vivir las tonterías
más de cerca y poco a poco empezaba a participar en ellas con comentarios, con
incitaciones, con chistecillos y cuando menos me di cuenta yo ya había hecho un
par y la gente lo recordaba así como yo recordaba lo que los demás habían hecho
y aunque me cambiara de grupo las tonterías se iban sabiendo. Ciudad pequeña,
infierno grande y de grupitos de gente fuera de los “padrones sociales” un
infierno aún mayor, no se tenía como ocultar las boberías que parecían en aquel
entonces solo la gracia del momento.
Por un tiempo realmente los chistes no
pasaban de más que un jueguito para pasar el rato, y yo supongo que a todos les
ha parecido así en algún momento, pero poco a poco la lista de jueguitos se
agrandaba y poco a poco ya no eras para nadie la persona introvertida y
vanidosa que habías sido hacía un tiempo atrás,
y es que aquellas boberías se recordaban en historias entre risas o
comentarios llenos de maldad y pesaban más esas risas y comentarios en cuanto
más vanidosa recordabas a la persona en el principio.
Yo particularmente nunca le daba importancia
a la vanidad cuando niña, aún teniendo todos los atributos para creerme una
princesa sin corona, pero a medida que fui creciendo y saliendo de los padrones
de las niñas normales, ya sean bien o mal, de la sociedad, la vanidad y el
orgullo se fueron arraigando a mí, y tal vez eso es lo que hizo que me dañaran
aún más esos chistecitos que de a poco se volvían peores. Los hacía sin pensar,
y los días siguientes tomaba café con los demonios de esas noches que herían mi
orgullo mientras la vanidad maquillaba esas magulladuras.
Me recordaban lo que había dicho o hecho, me
recordaban lo que habría protegido a mi imagen en esa noche, porque los
infiernos eran míos y yo de ellos y sus seres sabían tanto de mi como yo de
ellos, sabían con qué herirme, y a esa altura de la vida, lo único que tenia a
mi lado era mi imagen, la vanidad y el orgullo se habían apegado tanto a mí, yo
las había abrazado tan fuerte, eran, junto a la soledad, las únicas que no me
habían abandonado nunca y todo lo que me restaba para proteger. Y entonces
estos seres de infiernos pasados, me atormentaban hasta que el próximo pecado
llegase a arrastrarme a su infierno, luego se iban a posarse en mi retrato
modificando su perfección inicial, como un trazo mal hecho en un boceto...
Comentarios
Publicar un comentario