“felicitaciones”
solían decirle. Constantemente creían que era tan divertido ver El mundo a La cruda
realidad, les parecía divertido ir y venir, y en algún punto creí que podría darse
cuenta del vacío de todo esto, de la verdad al huir, al irse más una vez. Creía
que se daría cuanta que no todo era armar maletas y conocer, arriesgarse y
vivir.
Y es que en
verdad no importaban las maletas que llevaras o lo que éstas tuvieran dentro, el
peso de los porqués, de las huidas, el peso de esa maleta personal que nadie
veía era lo que importaba realmente.
No eran las
fotos lo que importaban, si no cuanto recordabas de ellas. No eran los paisajes
o cantidades de números de teléfonos anotados, era el cómo los recordabas. No importaban
la cantidad de mensajes para que volvieras aunque sea solo de pasada a algún lugar,
importaba el cuanto querías volver a ese lugar. No importaba realmente cuánta
gente hubieras conocido en tal o cual lugar o cómo habías llegado hasta allí,
importaba qué tan buenas habían sido.
Al final de
cuentas todo lo que importaba en aquellas idas y vueltas era qué tan buenas habían
sido callando demonios, calmándolos por un tiempo, pero era imposible huir de
tu propia mente, era imposible callar algo que hablaba desde el interior de tu
ser.
Y como
podía esperar que alguien que nunca había huido entendiera lo que era huir. Como
esperar que alguien que viajaba solo para vacacionar entendiera lo que
significaba buscar nuevos horizontes, necesitar llenarse de nuevos paisajes,
buscarles algo, y quedarse a observarlos. Cómo esperar que alguien que vivía
paisajes en cinco minutos entendiera lo que es mirarlos por tanto tiempo y
empezar a percibir sus detalles hasta notar que observas solo otro paisaje
vacío. No, ellos seguirían felicitándola cada vez que pararan para oír la lista
de lugares a los que había ido, jamás se darían cuenta de lo que era ir y
venir cuando solo se trataba de huir.
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