Y corrí
hacia el patio trasero, me recosté por La pared y deje que La música llenara
mis oídos, mientras tu dormías plácidamente como si jamás hubieras pronunciado
esas palabras.
“tempest”
de Beethoven sonaba en mis audífonos y fue solo entonces que percibí, más allá
de la calma de la música clásica, el odio y el dolor de un compositor y una lágrima
fría comenzaba a correr por mi mejilla, entonces supe que no te salvarías, estarías
plasmado como otro de mis demonios en mis escritos. Un demonio que creí que podría
haber olvidado antes de escribirlo.
Pero no te habías
salvado, y aquí me encontraba con un café y un licor recordando aquella tarde,
aquellas palabras, aquella última vez.
Creíste que
sería más fácil, que me convencerías otra vez con tus tontas palabras, creíste
que lo volvería a dar todo, solo que ya nada era igual, nada en mí al menos,
sin embargo tú seguías siendo tú. Aquella persona que cree que puede decir lo
que quiera cegado por momentos de ira irracional, aquella persona que cree que
puede manipular a cualquiera con simples palabras o un sucio billete. Olvidabas
que yo ya no era aquel niño de antes que nada sabía de la vida, aquel niño al que atrapaste soñando con su sueño más prohibido, aquel niño perdida
entre pecados inventados. No quisiste darte cuenta que los años pasaban, y los
dolores enseñaban, estabas cegado por tus mentiras y tus propios deseos.
Y a pesar
de que hoy sea yo quien este con el café y el licor, escribiendo con una manta
en la espalda para cubrirse del frio invierno, el mundo daría vueltas, tus
mentiras habían terminado.
Te había buscado
varias veces. Me habías buscado otras tantas. Y hoy volvíamos a fingir que no
nos conocíamos, pero no te dejaría ir tan fácilmente, serías por siempre otro
demonio en mis escritos…
Comentarios
Publicar un comentario