Y, a pesar
de todo, le daba un frio en la panza al pensar en aquellas frases, y ansiedad al
saber que vendría...
“no le
digas qué día vendrás porque te estará esperando toda la semana”
Y aún así
se lo dijo…
“no le
digas que vendrás porque contará las horas que le quedan por verte”
Y aún así
se lo dijo…
Y por más
que supiera cómo terminaría, esperó y, cuando el día estaba acabando, se
desilusionó, sus pensamientos eran acertados, sabía cómo terminaría, suspiró,
en parte aliviada ya que si se equivocase no sabría cómo lidiar con la
situación.
No
importaba cuantas veces releyera las mismas frases, su mente insistía en
ignorarlas y pensar en un ser por cual no tenía nada en que pensar, al final ni
lo conocía y no ganaría nada nuevo haciéndolo, no sabría manejar aquella vieja situación
del juego tonto, no sabría cómo engañarse a sí otra vez, ya no le quedaban
ideas que no haya usado un millón de veces. Engañarse a si mismo puede ser más difícil
de lo que se espera.
Y aquí íbamos
de vuelta, caía en los mismos errores, cometía las mismas idioteces, pero yo seguía
siendo el bloque de hielo que no creía en el amor.
Jamás entendí
porque lo hacía, por qué insistía en algo tan tonto para luego arrepentirse por
varias semanas, jamás entendí por qué me recriminaba querer evitarme semejantes
tontería, y nunca le admití la admiración que le tenía por intentar sentirse
viva a su manera de alguna forma, por más engaños que necesitara para ello, yo prefería
ser aquel bloque de hielo imperturbable, que solo buscaba divertirse un poco
con algún juguete de vez en cuando, como un niño en vacaciones.
Y las cosas
terminaban finalmente como siempre lo hacían, y yo aún era el bloque de hielo
imperturbable.
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