No era más
que un payaso con un sombrero tonto en tu día a día, haciendo el ridículo por
verte reír, pero los chistes se me terminaban, mi gracioso gorro se iba
descociendo y mi maquillaje empezaba a borrarse.
Entonces me
observé frente al espejo, me quite el desgastado sombrero, limpié mi rostro del
maquillaje y cubrí mis coloridas ropas de bufón con el negro tapado. Me había
cansado de ser tu payaso, de entregar el alma por tus sonrisas, de disfrazarme
de burlas.
Me levanté
y salí andando bajo aquella lluvia de otoño, hasta que llegué a la ciudad,
quemé aquellas graciosas ropas y aquellos viejos chistes, me quité el polvo y
me rehíce, el juego había terminado.
O al menos
eso creí yo, pasó poco tiempo hasta darme cuenta que no, el juego no había
acabo, solo había girado. Yo ya no entregaba nada por verte sonreír, pero tú
intentabas usar aquellos viejos chistes que yo ya sabía de memoria, que ya solo
eran frases sin gracia alguna.
El juego
había cambiado, hoy tu usabas el descocido sombrero y yo vivía.
Hoy tú
contabas los chistes y yo los olvidaba.
Hoy tú
usabas el maquillaje y yo salía a cara lavada.
Hoy el
mundo había dado sus vueltas, y te tocaba usar el traje de bufón.
Hoy yo
había rehecho mi vida y hoy me habían contado los pájaros que tú eres el payaso
de alguien más.
El show
había acabado para mi y empezado para ti.
Rómpete una
pierna.
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