Heridas...

Al final, llega un punto en que entiendes que no todo recuerdo de un adiós es triste.
Miraba aquel retrato, jamás lo había vuelto a ver, si quiera a hablar con él, sin embargo le sonreía. Entre sorbo y sorbo a mi copa de vino, le sonreía como cuando lo tenía enfrente.
No, no había dejado de quererlo, pero ya no lo necesitaba a mi lado, era ahora un bello recuerdo, una de aquellas heridas que se vuelven un cartelito de “sonríe, sobreviviste a mí” cuando sanan. Al final había aprendido con él alguna cosa, aunque solo sea a sonreír a mis cicatrices.
Y no, no había dejado de quererlo, pero era ahora una persona de mi pasado, no alguien de me presente, ni a quien quisiera en mi futuro. No le había dado oportunidad de volver a saber de mí, y jamás supe si me había buscado o había preguntado por mí, si alguna vez quiso hacerlo o solo renunció a mí, si aún guardaba alguna foto o las había tirado.
Y entre melodías y letras, observaba aquel retrato, pensando si sus heridas habían sanado del mismo modo que las mías, si yo era para él también un recuerdo al que sonreírle de vez en vez.

Jamás lo volví a ver, y aunque ya no lo necesite como antes, nunca lo dejé de querer.


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