Ella estaba
rota por dentro, joder estaba hecha pedazos, y aún así me sonreía todos los
días, jamás supe cómo lo hacía.
Si mirabas
muy en su interior podías ver las rajaduras y las piezas faltantes, como un
jarrón de cerámica hecho añicos que alguien había intentado pegar.
Yo lo veía,
pero casi nadie parecía poder verlo, y ella sabía que lo veía aunque nunca me
haya dejado saber qué había pasado, qué la había dejado tan rota, dónde estaban
las partes que faltaban, ni cuánto le había costado pegar los pedacitos que aun
estaban.
Y yo
intenté arreglarla, aún sin saber qué había pasado o por qué lo hacía, tonto
ingenuo, no se puede reparar pieza a pieza algo que no conoces como se veía
antes del accidente.
Jamás dejé
de ver sus roturas, y jamás pude ayudarla, cuando todo detrás de aquella dulce
sonrisa parecía deshacerse en pedacillos se podía ver en el fondo de su mirada
ya cansada. No sabía si abrazarla para que aquellas piezas se vuelvan a juntar
o acariciar suavemente su cabello mientras fingía no verla contener las
lágrimas y secar las gotitas rebeldes que resbalaban de sus ojos.
No, ella y
sus roturas eran un misterio imposible de arreglar.
Quise darle
mi mundo, mi imperfecto y bello mundo, y no era el primero ni el ultimo que le
ofreciera esto, pero si ella quisiera el mundo, lo habría conquistado en un
pestañeo con sus propias manos. No, no era mi mundo ni el de nadie lo que ella
quería, ella tenía su propio mundo aunque roto y cubierto de cenizas, casi un jarrón
pegado con cinta adhesiva, no era un abrazo ni palabras bonitas lo que ella
necesitaba…
Ella estaba
rota, deshecha, hecha añicos y ya nadie podía arreglar eso, y curiosamente
continuaba siendo una bella y dolorosa poesía, hasta para aquellos que no
sabían leer.
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