Y entonces
lo entendió: yo solo era capaz de amar la libertad.
Cerró sus
alas y observó cómo me alejaba desde aquella casita del árbol a la que me había
seguido, y habían quedado restos de mi estadía, algunos posters, frases
escritas por las paredes, y un viejo espejo roto.
Creí que ya
no lo volvería a ver, y después de mucho tiempo, algún viento me llevó de
vuelta a aquella casita. El espejo había sido sustituido por uno nuevo, los
posters habían sido arrancados, pero mis frases permanecían escritas en lugares
aleatorios, y en una esquina un pilita de mapas. Algunos tenían marcados los
lugares en los que había estado y otros los lugares que algún día dije querer
conocer. Pero ya no había nadie allí, y el polvo sobre las cosas mostraba que
ya hacía bastante tiempo de eso.
“Si me
amas, déjame volar” era una de las frases que había escrito, tenía una
calcomanía de un pajarito negro azulado al costado izquierdo, del lado derecho
había un largo escrito que hablaba de viajes y de por qué eran tan necesarios.
Al costado del pajarito habían pegado una nota que decía:
“Tu
libertad es hermosa, no tengo derecho de guardármela solo ´para mí.
Hasta
siempre avecilla”
De vez en
cuando lo encuentro volando el mismo viento que yo, pero siempre prefirió
sentir el viento soplando desde el piso firme, yo seguía necesitando sentirlo
en el rostro, en el cabello, en las desgastadas y lastimadas plumas de mis
alas.
Yo seguía
volando y, a veces, los vientos nos juntaban.
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