Su rostro me observaba fijo desde aquellas hojas de papel, dibujado con pluma en tinta negra.
Yo era una
dibujante horrible, tan desastrosa como en el amor, sin embargo tu fase
contorneada en trazos sueltos se repetía en mi cuaderno y quién podría negar que
aquella mirada fuera la tuya? Fuera esa que había quedado tan grabada en mí.
Esa dulzura
que se podía ver a través de las desorganizadas líneas no podía ser sino tuya.
Aún sin
saber dibujar mi mano trazaba de memoria ese rostro que estaba calcado en mi
mente, aquella expresión que me atormentaba en la soledad, aquella inocencia
que solo podía ser tuya, aquella musa que me observaba desde una esquina de mi
cuaderno cada vez que iba a comenzar a escribir.
Y las
letras comenzaban a esparcirse sobre la hoja, como si el mismo dibujo las
estuviera escupiendo sobre el papel. Mi pluma iba dibujando trazos, a primera
vista desordenados, ideas sueltas q se mezclaban con el contorno de tu rostro.
Un punto aquí,
un coma por allá, y varias tildes por todo el lugar.
Un sorbo a
mi café, una mirada a las nubes que cubrían el sol y una resaltada más al
contorno de tus ojos.
La música terminaba
y comenzaba una nueva, y antes de que me diera cuenta alrededor de tu figura había
ya todo un poema.
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