Vida

Entonces sentí envejecer, de repente sentí mi piel arrugarse, sentí como cada uno de los pliegues de mi rostro se iba formando.
Era la que menos años poseía en aquel lugar, pero era la que más historias y lágrimas tenía para contar, era la que más reflexiones arrancadas a golpes tenía en su historial.
Estamos allí, sentados con la botella de cerveza en el medio de la mesa, compartíamos historias y risas, preocupaciones y tristezas o, mejor dicho, ellos compartían lágrimas y tristezas, yo oía y compartía la historia de alguna de mis locuras de vez en cuando
“Estás loca niña” me decían.
No podía, las tristezas no eran cosas para compartir en grupo entre un par de birras y una hermosa luna. Y Así remontábamos las conversaciones a épocas de locuras y diversiones, a escapadas por las ventanas y clases no asistidas.
“Debe ser tan divertido ser tú”, si era divertido, a pesar de todo, no podía quejarme de aburrimiento, no podía quejarme que, de una u otra forma, hacía lo que me gustaba y me divertía encontrando las formas más insanas de hacerlo y salía –casi- siempre solo con algunos raspones.

“no te da miedo?”, si me daba miedo, en ocasiones llegaba a creer que el corazón se me saldría por la boca, o que abriría un hueco en mi pecho y saldría saltando por allí ante mis incrédulos ojos, pero es tan libertador (por más que suene triste) no tener nada que perder, saber que tienes ganas de hacer algo y tienes la oportunidad y que puede salir bien o mal, pero nada vas a perder, ya no…

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