“lo siento,
pero no puedo pagarte la vida que te debo con lealtad”
Yo lo
sabía, siempre lo supe, ella era un alma libre, incontrolable, imprevisible e
inquieta como el viento.
Sí, yo lo
sabía, a pesar de haber pedido su
lealtad, sabía que ella era incapaz de quedarse, o sabía que sería solo una
memoria en sus cuadernos.
Pero esta
vez era ella quien estaba equivocada. Yo no quería retenerla a mi lado, yo no
quería ser su dueño, ni que se acordara de mi en cada viaje, o cada vez que
tomara un té de manzanilla
No, yo
siempre supe que ella era incapaz de darme eso, aunque me debiera aun más.
Yo quería
estar en su memoria, en alguna letra, en algún detalle de su vida cotidiana, en
esa mínima parte, casi imperceptible, de un gesto o costumbre que haya cambiado
al conocerme.
No, yo no
quería su completa lealtad, no quería aprisionarla. Yo quería quedarme en su
memoria como ella se había quedado en la mía.
Yo quería
pertenecer por siempre a su mundo.
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