Al final,
llega un punto en que entiendes que no todo recuerdo de un adiós es triste.
Miraba
aquel retrato, jamás lo había vuelto a ver, si quiera a hablar con él, sin
embargo le sonreía. Entre sorbo y sorbo a mi copa de vino, le sonreía como
cuando lo tenía enfrente.
No, no
había dejado de quererlo, pero ya no lo necesitaba a mi lado, era ahora un
bello recuerdo, una de aquellas heridas que se vuelven un cartelito de “sonríe,
sobreviviste a mí” cuando sanan. Al final había aprendido con él alguna cosa, aunque
solo sea a sonreír a mis cicatrices.
Y no, no
había dejado de quererlo, pero era ahora una persona de mi pasado, no alguien
de me presente, ni a quien quisiera en mi futuro. No le había dado oportunidad
de volver a saber de mí, y jamás supe si me había buscado o había preguntado
por mí, si alguna vez quiso hacerlo o solo renunció a mí, si aún guardaba
alguna foto o las había tirado.
Y entre
melodías y letras, observaba aquel retrato, pensando si sus heridas habían
sanado del mismo modo que las mías, si yo era para él también un recuerdo al
que sonreírle de vez en vez.
Jamás lo
volví a ver, y aunque ya no lo necesite como antes, nunca lo dejé de querer.
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