las agujas
de aquel reloj de antaño giraban lentamente, las ideas iban y venían, la hoja estaba
desgastada por la goma de borrar y la mente en blanco cual talco.
Tantas cosas
que decir, tantas palabras para escribir, y la mente era un globo lleno de aire
volando en la imagen de la ciudad dormida.
“Ella leía
nombres y sus promesas de amor talladas en los arboles, intentaba conversar con
sus emociones, pero ellas le habían cerrado las puertas, y perdida en su bloqueo,
había caminado entre los árboles, adentrándose en el bosque, leyendo sus
historias.
Y tanto
ella se adentró que el mundo nunca más supo de sus historias y tan perdida
estaba en las historias que leía que ya nunca escribió, olvidó su corazón
inundado en tinta, y pasó la eternidad conociendo aquellos cuentos.”
Ayer me
senté en aquel lugar donde aun estaban su cuaderno y su pluma y aquel resto de
la vela derretida en un platito, le leí una de mis historias y esperé el resto
de la madrugada que me contara la suya, como todas las noches, pero ella nunca
respondió.
Ahora, las agujas
de mi viejo reloj de pulsera dieron las doce. Me levanté de aquel sitio, tomé
mi navaja y gravé su nombre y la fecha de su última historia en aquel árbol
donde ella siempre buscaba inspiración.
Seguiré esperando
sus historias por siempre…
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