Y las
largas noches de risas se iban acabando, la rutina iba tomando su lugar.
Aquí estábamos,
como todas las noches… como tantas noches y al mismo tiempo no había nadie allí.
Éramos tú y yo, y ella y él y aún así parecíamos tan solos y tan distantes.
Ya no había
café en nuestras mañanas, ya no había dulces en las noches, ni historias que compartir.
Ya no había largas charlas, solo estábamos nosotros allí, intentando salvarnos,
intentando sobrevivir.
Parecía que
los largos silencios ya no existieran y sin embargo eran todo los que nos
restaba.
“Amor” les
gustaba llamarlo, pues hoy admito que no quiero amar, no quiero ser amada para
solo contemplar los extremos del silencio y la pasión. No quería amar sin
momentos de lecturas, sin risas o sin debates de filosofía.
“el amor es
así” decían, “llega un momento en que deja de ser un tornado de pasiones y
placeres”
No quiero
ser amada como un fría imagen de piedra, solo observada y en silencio, no
quiero ser amada si no es con letras y dulces. No quiero amar si no tengo con
quien compartir un café en el más agradable silencio matutino, si no tengo
quien oiga mis historias y mis poemas. No quiero amar a alguien que no escuchará
cuando yo lea trechos de algún libro o de aquel blog que encontré cuando estaba
aburrida por internet.
No quiero un
amor de apariencias y paredes vacías. No quiero un amor de palabras y sin
locuras. Y, si el amor es como me quieren obligan a creer, no quiero un amor.
No quiero
un amor de rutina. No quiero un amor sin frases. No quiero un amor…
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