Nada era suficiente
para alejarme de ti, de alguna forma siempre te las arreglabas para
atormentarme mi calma y mi soledad.
Un mensaje,
aquella canción en la radio o aquel perfume a flores abriéndose en primavera.
No importaba cómo o con qué, pero siempre tenías una forma de aparecer.
Y no eras
como el resto de mis demonios del pasado que me atormentaban, que solo venían a
herirme y luego se iban, que solo me dejaban las heridas sangrando para que la
soledad lentamente las curara.
No, tú no
eras de esos recuerdos. Tú te quedabas para verme sangrar, te quedabas a
impedir que la soledad me curara, te quedabas porque te gustaba verme sangrar
porque habías sido, en su momento el presente más doloroso al que más intenté
negar. Te quedabas porque siempre has disfrutado mi dolor.
Te quedabas
porque hoy, toda aquella sangre y todas aquellas lágrimas se habían convertido
en letras, que aliviaban mis heridas y que te lastimaban a ti. Te quedabas
porque ahora no era yo quien sangraba, no era a mí a quien le dolía, no era yo
quien sufría.
Te quedabas
porque sangrabas y ahora eras tú quien buscaba cómo sanar
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