Beethoven

Reconoceria aquel enmarañado de notas en cualquier lugar: era beethoven.
la melodía llegaba a mis oídos, fuerte, tocada casi hasta con odio.
¿Odio? ¿Sería eso? Me gustaba intentar imaginar lo que estaría sintiendo cada compositor mientras componía o cada escritor cuando escribía y había siempre un momento, un recuerdo, un sentimiento para casi cada música de Beethoven, excepto tal vez para claro de luna. era una hermosa melodía, si, sus notas parecían bailar en el aire y dibujar una muñequita de cristal, como si le estuvira recitando a la belleza de una inocente niña, pero nada más. no había nada más en aquella música.
Un acorde presionado con fuerza me sacó de aquellos pensamientos, la misma melodía: Tempest.
Estaba tan claro como si pudiera estar en el cuerpo de beethoven viendo mis manos correr entre las teclas. No, no era odio, era enojo.
Ira. Ira mezclada con decepción.
Rabia mezclada con trizteza.
Ira contenida, derramada sobre cada tecla de aquel piano, sobre cada nota de aquella melodia. Como si cada tecla que presionara, cada nota que sonara, pudiera borrar del mundo alguna de las cosas que tanto me enojan, cómo si pudieran, de repente, eliminarte del planeta.
Mis dedos dejan de correr entre las teclas, lentamente, van calmando la furia con la que hace un momento las presionaba. La melodía va sonando cada vez más suave hasta que finalmente el piano ya no llora.
Silencio.
Solo queda el más puro silencio, un piano enmudecido y yo.


Comentarios